martes, junio 10, 2008

A veces basta con invertir una creencia y la mayoría se pone a temblar. Por ejemplo: "El Sol no gira alrededor de la Tierra. Es ella la que gira en torno al Sol". No sólo fue lo que dijo Nicolás Copérnico en su libro De Revolutionibus Orbium Coelestium (De la revoluciones de las esferas celestiales). Lo demostró. Quid est demostratum y ¡pum! a los que no les gustó no tener la razón empezaron a fantasear con recurrir a la hoguera. Precisamente para que esta costumbre de quemar lo que no gusta (mujeres histéricas, filósofos poco sumisos, adúlteros, gatos, satiristas, libros y cuadros) dejara de serlo, fue que nació La Ilustración. Luego de vivir siglos con miedo a todo y a todos ("El miedo ha sido mi única pasión" confesó el buen Hobbes al que recurren varios asustadores contemporáneos) surgieron otras pasiones algo mas creativas: diseñar la elegancia de los jardines recurriendo a principios racionalista (series de Fibonacci) o construir laberintos (aunque muchos de los mejores son renacentistas) como el que uso David LaChapelle (abajo) para uno de sus juegos.

Pero, claro, la razón no lo es todo. Y puede ser bastante mala si se usa para justificar y disfrazar las pasiones. Es lo que alega Terry Gilliam en su peli Los hermanos Grimm, donde apreciamos los que debe de haber sido ser una Caperucita Roja entrando en el bosque nada cartesiano de la Germania profunda. Parte del movimiento de reacción romántica y nacionalista anti francesa, los Grimm eran buenos tipos. Menos buenos eran unos señores alemanes que decidieron tirar el bebé con el agua sucia, se autonombraron la raza elegida por dioses paganos, dijeron que la Tierra era hueca y trataron de apoderarse del mundo entero.

Los millones de chicos malos seducidos por tal maléfico cuento, se dijeron que no les gustaban los pueblos errantes ni los de tez oscura y menos si uno de ellos escribía y demostraba, siguiendo las huellas de Copérnico, que los sueños (dormidos) y los delirios (despiertos) tenían que ver con pasiones, pero con pasiones nada heróicas ni mágicas, sino más simples: amor y odio a los padres, verguenza por la impotencia infantil, codicia sexual, el olvido necesario para aprender el lenguaje, entre otras. Así que quemaron los libros de Sigmund Freud. A él no, porque había logrado escapar a Inglaterra (no sin antes burlarse de los oficiales de la Gestapo que lo fueron a visitar a su casa). Es que él, en su libro La interpretación de los sueños, los pojnía en un brete al sostener que los sueños dicen lo que nosotros no podemos decir y decirnos y que, para hacerlo, "el trabajo del sueño" disfraza nuestros verdaderos deseos (abajo ilustración alusiva en la primera edición). Es decir, igual que Copérnico: las cosas no son lo que aparentan, aunque su apariencia nos sea útil, necesaria y tranquilizadora.
¿A qué viene todo esto? No es más que casi una asociación libre, nacida de ver la fragilidad y nobleza del ejemplar del libro de Copérnico que se subastará la semana que viene en el Christie's de Nueva York (http://www.nytimes.com/2008/06/10/science/10auct.html?ref=arts). Fragilidad y nobleza de todos los que tratan de pensar en serio. Actividad que no sólo es difícil, sino muchas veces, desagradable.

Los desaparienciadores

1 Comentarios:

Blogger Pola dijo...

claro: a partir de la invención del estado, el sistema-contra-el-miedo de hobbes y super orgullo de la ilustración, se pasa a quemar lo que no gusta pero con motivos ilustrados, racionalistas.

pero, más importante aún: no te llegan mis mails?

12:08 p. m.  

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