viernes, septiembre 10, 2010

Aunque en algunos casos (arriba) pueda tener visos de una ironía tierna, la exposición retrospectiva del artista japonés Takeshi Murakami en el Palacio de Versalles muestra que "el marco" le queda grande. No se trata de un choque de épocas y materiales tan fuerte que se excluyan mutuamente. Tampoco que las estéticas se repelan por su diferente contexto social de origen (basta con imaginar cómo se verían allí los biombos japoneses gigantes). No, al parecer, al poner el trabajo de Murakami en ese lugar en que brillan los productos del artesanato (y de artistas-artesanos) previo a la revolución industrial, se revela que las condiciones de su producción no son neutras en sus efectos.

Murakami no tiene una fábrica, por así decirlo, pero sí una línea de montaje: en ella, decenas de empleados siguen sus estrictas instrucciones en dos grandes galpones en los alrededores de Tokio y él supervisa (con cortas visitas, ya que su centro de operaciones está en unas oficinas de un edificio, junto a diseñadores y artista amigos) como una especie de gerente hiperpuntilloso de formas y cromatismos.

El resultado es que puede producir (y ganar) mucho más. Trabajar para grandes marcas. Diseñar cientos y cientos de objetos. No es que sus obras no sean únicas, lo son. Pero es una forma de singularidad que tiene algo de "producto" seriado. Así, es probable que sean menos aptas para conmovernos que las de otros artistas. Si una marca como VW nos fabrica un auto único, a medida, seguro que ello puede deleitarnos, divertirnos, enorgullecernos, difícilmente conmovernos.
Más de la expo, acá.

Ver o No Ver Salles

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