Murakami no tiene una fábrica, por así decirlo, pero sí una línea de montaje: en ella, decenas de empleados siguen sus estrictas instrucciones en dos grandes galpones en los alrededores de Tokio y él supervisa (con cortas visitas, ya que su centro de operaciones está en unas oficinas de un edificio, junto a diseñadores y artista amigos) como una especie de gerente hiperpuntilloso de formas y cromatismos.
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El resultado es que puede producir (y ganar) mucho más. Trabajar para grandes marcas. Diseñar cientos y cientos de objetos. No es que sus obras no sean únicas, lo son. Pero es una forma de singularidad que tiene algo de "producto" seriado. Así, es probable que sean menos aptas para conmovernos que las de otros artistas. Si una marca como VW nos fabrica un auto único, a medida, seguro que ello puede deleitarnos, divertirnos, enorgullecernos, difícilmente conmovernos.
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