martes, junio 01, 2010

Si bien en algún momento podía ser intimidante y provocadora (casi con certeza la "amenaza" de un artista es el único tipo de amenaza que puede ser el picaporte, la manija, a girar para que la puerta de lo posible o de lo sentido se abra genuinamente un poco más), tenía el pié bien asentado en el éxito de haber convertido su "genio" en combustible para la creación: es decir, para aquello que es espectáculo o por defecto o por incomprensión o como destilado involuntario.

La pija bajo su brazo derecho –¡con esa mirada y esa sonrisa!– en el retrato que le hizo Robert Mapplethorpe y sus arañas gigantes fueron parte de esa "espectacularidad" con que muchos la conocieron. Pero lo suyo era otra cosa: "Lo mío es el negocio del dolor", dijo.

(“The subject of pain is the business I am in (...) To give meaning and shape to frustration and suffering (...) The existence of pain cannot be denied. I propose no remedies or excuses.”).

Dado que el negocio de los que hacen negocios con el arte en la sociedad actual suele preferir asuntos menos ambiguos, inciertos y poderosos que el dolor y la frustración, nos olvidamos que el arte, es también el arte de hacer algo con las congojas que nos llegan. Reparar, refundir, purgar en sí mismo. Con su acción incesante, con su furia, con su drenaje animoso del dique del sufrimiento, Louise Bourgeois hizo algo invaluable para cualquier "mercado" del arte, fertilizó e hizo del mundo un lugar más habitable para todos aquellos que tenemos la posibilidad de ejercer esa labor diaria tan estimulante como peligrosa, entusiasta y desoladora: tejer y destejer con los otros nuestra propia versión de eso necesariamente fallido, ser humano.













Louise Bourgeois (1912-2010)

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