Alice im Wunderland (arriba). El viernes comenzó el Campeonato Mundial de Fútbol. En 1971 Sigmar Polke utilizó un fondo de "fulbito", más unas imágenes derivadas de las ilustraciones de John Tenniel para las primeras ediciones de Alicia en el País de la Maravillas y el retrato fantasmal de un voleibolista como elementos de esta pintura poderosa.
Desde que el marketing y la publicidad han convertido la apelación constante a "la maravilla" en un as barato (como un pequeño demonio que no tiene verguenza, porque resulta simpático, en prevenirnos abiertamente que su fin es, si no la estafa, el ofrecernos una alucinación modesta a buen precio), la palabra y la experiencia se han infantilizado.
Ahora, si bien es cierto que la niñez es el hogar del sentimiento de lo maravilloso (porque también es el reducto inexpugnable de la pasión que no siente verguenza de su desmesura), nada nos obliga a rechazar su visita en la vida adulta. Y si el fútbol, como un buen burro, no se derrumba con la sobrecarga tirana de querer convertirlo en un "espectáculo", es porque está provisto de las muletas felices que nuestros ojos le prestan con la esperanza de entrever una (o varias) de estas apariciones de la maravilla.
Esta donación de esperanza que espera recibir un repago multiplicado se encuentra también en ese otro juego serio (y negocio lucrativo real sobre lo imposible): el arte. Gran fortuna (y quien sabe si no pequeña desgracia), no hemos creado un Campeonato Mundial de Arte en que selecciones nacionales de artistas exciten y deleiten a las masas con sus habilidades, azares y trampas.
Si tal campeonato existiera, tendríamos algunas sorpresas. Una de ellas, el descubrir nuestra ignorancia casi total del juego y la potencia de una selección alemana que ha estado alejada por medio siglo de la notoriedad de los fuegos artificiales british (YBA y siguen firmas), de las escuelas (y guerras civiles) de Nueva York y la Bay Area, de la emergencia china y hasta de la más que honrosa pechugada mexicana. Pero Georges Baselitz, Anselm Kiefer, Gerhard Richter, Martin Kippenberger, Jonathan Meese, Rosemarie Trockel y Khatarina Fritsch, entre otros, han estado creando –en muchos partidos de más de 90 minutos– jugadas en busca de la maravilla. Como lo hizo Sigmar Polke, quien murió hace tres días.
Desde que el marketing y la publicidad han convertido la apelación constante a "la maravilla" en un as barato (como un pequeño demonio que no tiene verguenza, porque resulta simpático, en prevenirnos abiertamente que su fin es, si no la estafa, el ofrecernos una alucinación modesta a buen precio), la palabra y la experiencia se han infantilizado.
Ahora, si bien es cierto que la niñez es el hogar del sentimiento de lo maravilloso (porque también es el reducto inexpugnable de la pasión que no siente verguenza de su desmesura), nada nos obliga a rechazar su visita en la vida adulta. Y si el fútbol, como un buen burro, no se derrumba con la sobrecarga tirana de querer convertirlo en un "espectáculo", es porque está provisto de las muletas felices que nuestros ojos le prestan con la esperanza de entrever una (o varias) de estas apariciones de la maravilla.
Esta donación de esperanza que espera recibir un repago multiplicado se encuentra también en ese otro juego serio (y negocio lucrativo real sobre lo imposible): el arte. Gran fortuna (y quien sabe si no pequeña desgracia), no hemos creado un Campeonato Mundial de Arte en que selecciones nacionales de artistas exciten y deleiten a las masas con sus habilidades, azares y trampas.
Si tal campeonato existiera, tendríamos algunas sorpresas. Una de ellas, el descubrir nuestra ignorancia casi total del juego y la potencia de una selección alemana que ha estado alejada por medio siglo de la notoriedad de los fuegos artificiales british (YBA y siguen firmas), de las escuelas (y guerras civiles) de Nueva York y la Bay Area, de la emergencia china y hasta de la más que honrosa pechugada mexicana. Pero Georges Baselitz, Anselm Kiefer, Gerhard Richter, Martin Kippenberger, Jonathan Meese, Rosemarie Trockel y Khatarina Fritsch, entre otros, han estado creando –en muchos partidos de más de 90 minutos– jugadas en busca de la maravilla. Como lo hizo Sigmar Polke, quien murió hace tres días.
1 Comentarios:
... su interpretación gráfica va de la mano con su poética material:
fue uno de los primeros en usar pintura térmica (cambia de color de acuerdo a las condiciones climáticas).
Vega me insistía en que algo tenía Polke para mi...talvez como hace convivir dos o más formas disímiles y genera una tercera...o el uso de un sistema mecánico dentro de uno manual...
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