miércoles, julio 16, 2008

Puchas que es lindo esto. El mundo como una enredadera. El nombre del mundo es árbol es el título de una novela de Ursula K. Leguin. Ese mundo es otro mundo, pero marca cómo nuestra alma de primates jerárquicos prefiere metáforas como torres, montañas y escaleras para hacernos imaginar el sentido de la existencia. La verdad es que ese modelo, seamos francos, funcionaría cuando éramos monos en las sábanas africanas o cuatrocientos cuarenta y cuatro pelagatos cabalgando ovejas en Asia Central, pero con 6.500 millones de personas, no.

Todas estas asociaciones libres me vienen a la cabeza al mirar uno de los últimos cuadros (arriba) en que trabaja Martín Kovensky. Es que ya no somos un bosque: somos enredadera, estamos enredados, mezclados, unidos y para salvar nuestra civilización habrá que "enrededarla": hacerla más generosa. Aceptar que no estamos sobre la naturaleza, somo un estado de la naturaleza.

Este es otro cuadro de la serie: Eva sin manzana y el paraíso sin serpiente, sino con un delfín amazónico de esos que hacen el bosque suyo cuando se inunda. Lindo. Puchas.
Enredaderémosnos

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