lunes, marzo 31, 2008

Entrar en la muestra de Leopoldo (Estol) en el subterráneo de la galería Ruth Benzacar se parece a arroparse con varias frazadas, una madrugada, de entresueños: en cuanto uno lo hace, la singularidad de éstas desaparece. Acá, ya envueltos, dos hipótesis aparecen y se combaten mutuamente: a) que el medioambiente generado no es más que una aceleración de la experiencia sensorial (urbana) cuyo fin último es impulsar su desmoronamiento. La información es tanta que ya no cabe especular en absoluto qué "transmite" la obra (resulta divertida y añosa esta idea de que las obras transmiten, como si fueran una especie de mediúms). Lo que "haría" realmente -más allá incluso de los aparentes mensajes literalmente escritos- es turbulencia. b) que el medioambiente construído, lejos de cualquier intención, nada quiere, nada busca, nada presenta, que no sea más que una proyección extrema de los estados de ánimo del vivir en el mundo del artista (de allí la inmensa cantidad de marcas que no hacen más que marcarle al aventurero que se interna que aquella selva no es ni puede ser la suya, aunque conozca a algunos de los vistosos animales-objetos que pululan en ella).

Pero,

...ambas opciones son falsas. Para Blojeans, más allá de la participación colectiva de artistas y no artistas amigos de Leopoldo en el armado (lo cual determinó de manera clara el efecto kermesse), tales aportes son nada más que ofrendas (admirativas, egoístas, generosas o bellas) lanzadas sobre el mar: hacen que la superficie tenga un relieve distinto, pero apenas si ocultan parcialmente las corrientes que pulsan debajo.
¿Y cuáles serían esas? Si de algo no carece el mar es de tres cosas: sensibilidad, profundidad y ambición. A todas las costas llega. A todas besa, marca y llaga. No hay día en que no se disfrute. A diferencia de la atmósfera, no le es esencial la luz. El tiempo toma otras formas dentro de él.

Con este ambiente de Leopoldo pasa algo parecido. Entremezclado con cierto desorden feliz de fiesta, con una negativa enfática a considerar a los objetos como sujetos potenciales y también negando su esencia utilitaria (en este sentido logra una cosa notable con ellos: no encerrarlos con el truco del animismo, la idolatría o el desprecio), produce un estado de cosas "marítimo", fluído.

Y es sólo en tal "fluído" que Leopoldo se permite emocionar (nos y se).

Por que si de algo se trata esta obra es de emociones. De esos nudos que dan forma a la cuerda de nuestra cordura y a los lazos ciegos de nuestra locura. En su alabanza del puro ser. En su reluctancia en afirmar nada -nada que no sea humor- sobre las realidades que integran "la realidad". En su declaración de afecto por el mundo. En la ausencia total de la presencia de la muerte (o de su importancia), emerge la certeza esperanzada de que el estado de gracia sea el pegamento que una todos los chispazos del existir.

Lucifer se desviste del tiempo

1 Comentarios:

Blogger nico un cachilo dijo...

wow!entusiasma tu reseña
voy a ir a mojar los pies a comprobar si moja el mar

5:59 p. m.  

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