sábado, diciembre 17, 2011

¡Ahora sabemos de dónde sacó Martín Caparrós su bigote! Na, sou estaba brincando, pero muchos le debemos cosas no capilares a Arthur Conan Doyle: la mayoría, entretenimiento. Buen hijo de una época e imperio que priorizaba más bien el "esclarecimiento", sufría con ganas el tener éxito por el relato de las aventuras de ese Don Quijote ya no infatuado por las lecturas, sino por la deducción; e igualmente lleno de ganas de "desfazer entuertos" en esa planicie castellana con niebla y castillos falsamente góticos llamada Inglaterra. No, él hubiera querido que la Reina lo felicitara por sus novelas históricas, pero Dickens (más Wilkie Collins) ya había plantado la cizaña feliz de la adicción a las peripecias de huérfanos, desheredados, novias y abogados y –si se trataba de complicarse la vida disfrutando las ambiguedades y sutilezas de la sensibilidad y guerra de trincheras a bayonetazos de hipocrecía en los campos de la socialité-, Henry James era el caballo al que apostar en tal carrera, precisamente por tener sus extremidades tan largas hechas unos ovillos del infierno que le permitían rodar a la meta enloqueciendo al lector con acrobacias del punto de vista. Así las cosas, Arthur estaría felizmente contento de saber que lo que él llegó a detestar ha sido tan fértil que sobrevive y se expande como enredadera que va por su segundo siglo. Y, desde Umberto Eco a Pablo de Santis, cientos de escritores dedican sus afanes a hacer covers literarios de aquel subgénero que creó: mente contra cosmos, valor racional contra todas las armas del crimen. Visto así, no tenemos más que celebrar la enésima resurreción de Sherlock, esta vez en la segunda temporada de la más reciente encarnación propuesta por la BBC, con Benedict Cumberbach haciendo del detective que suscribiría 100 por ciento esta paráfrasis de la frase de Leonardo, "el crimen es una cosa mental", y su ladero, Martin Freeman: quien –a un siglo de distancia del Watson original– sigue siendo un veterano de la guerra de Afganistán (lo cual dice algo no muy agradable de la vocación bélica, y capacidad de aprendizaje de los políticos rulbritanos). Pero, bue, una cosa por otra: a disfrutar.


El Sherclock marca medianoche

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