(Advertencia: Para disfrutar todavía más este post hay que mirar el anterior al previo... el del Tate Modern).
Correr con amigos en los museos –como correr en general por que sí– es una de las actividades más placenteras y, llamativamente, más escasas en la vida. Así como no hay maratones en las iglesias, sinagogas y mezquitas, tampoco éstas ocurren en esos salones dedicados al "recogimiento" del disfrute estético de otros sentidos diferentes al de ese que se nos revela con todo el todo el cuerpo en movimiento.
Sea por que las religiones –también las laicas– sospechan de las iluminaciones obtenidas a fuerza de sprints, los curadores de arte se comportan, igualmente, como esas madres orgullosas del orden escenográfico logrado con el mobiliario doméstico: sienten irritación al ver que los objetos atesorados pueden ser vistos más bien como obstáculos gozosos a evitar, que como fuentes de interés quietista. Pero bueno, alguien tiene que desanarlos: hay obras que te provocan tanta felicidad que, al menos, te dan ganas de ponerte a saltar o bailar.
Arriba: La carrera por el Louvre en Bande à part de Jean-Luc Goddard.
Abajo: La carrera-homenaje a Bande à part en Los Soñadores de Bernardo Bertolucci.
Run, artist... run!
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