jueves, octubre 23, 2008

"Les dijo que se llamaba Ngina, que era de Ventos Terrone, en el este, uno de los pocos lugares del país donde quedaban tribus kikuyus que habían resistido más o menos exitosamente al dominio y aculturación que les impusieron en el resto de la patria los creadores de Samar, lo cual explicaba el nombre tan poco común. Pero lo más curioso fue su declaración de que se ganaba la vida viajando por el país cantando canciones por teléfono. Había sido cantante de napalé hasta que se hizo fama de que sus cantos traían buena suerte a los matrimonios que comenzaban o lo niños que nacían, especialmente si se cantaba desde el lugar adecuado. Y, en este caso, tal lugar era Casilla Casa Vacía y él acababa de arruinar el futuro de una pareja, por lo que ella tendría que devolver el dinero, de modo que no podía hacer nada mejor que llevarla de regreso a La Angélica. ¿Pero cómo había llegado hasta allí?
-Me trajo un chur.
-¿Sólo te trajo?
-La verdad, era un carente. No me dio de ofrecerle más que una canción a cambio de que me trajese.
-¿Y cómo vas a retornar?
-Cantando. Como siempre.
Quizi, ellos le compraron dos. Una la escucharon mientras cargaban la gasolina del regreso en el surtidor solitario ubicado al costado de la oficina de correos. Nunca olvidaría las lágrimas de la empleada del puesto postal, la dueña y señora del candado del surtidor, ni las lágrimas "imposibles como san crecido" del corazón duro de “Cañi” Cumplido, mientras escuchaban a la chica cantar Soy la rama más alta para el águila de tú corazón. Versión napalé. Los pantalones rojos de lycra, la blusa de lino ajada, las zapatillas Converse con capas de tierras de todas las tierras de Samar, todo había resplandecido bajo la luz que emitía aquella garganta. La segunda se las cantó sobre la intersección de la Ruta Norte 203 que va rumbo a Ratura y de ahí gira hacia el borde del campo de dunas de Arenas Azules. Se habían bajado para hacer una pequeña fogata y celebrar el éxito del periplo tomándose el par de botellas de champagne de Cañi. Ella pareció entusiasmarse y les cantó no sólo el segundo tema, que no recordaba, sino también una versión de Sun as stupid boy de The Omelettes, que entonces eran un grupo novísimo y luego varias canciones hipnóticas que parecían -y seguramente lo hacían, dado el tono de su voz- quedarse vibrando en el aire. Acunados se durmieron. No mucho, segundos, apenas lo suficiente para despertarse con la aceleración del auto que se alejaba rumbo a la capital.
Se los había robado.
-Al final los fantasmas sí toman champagne -comentó Cañi. Y él estuvo a punto de molerlo a golpes.
Tuvieron que volver haciendo dedo. Apenas cruzó la puerta de casa, se le vino encima el tiburón blanco de El Cabo, con sus dientes serruchos de insultos sudafricanos, cuando le contó el robo a su madre. No hubo amputaciones permanentes gracias a que el VW apareció al mediodía siguiente, intacto, en los docks del puerto. Y Ngina resultó no ser Ngina, sino Wanjera. O Jana. O Kiani. O Makena. O cualquiera de las decenas de nombres kikuyus que quedaron en el olvido cuando esa chica se convirtió en La Reina de las Canciones y haber sido embaucado por aquella sirena pasó a ser una anécdota tan valiosa que la gente comenzó a inventarlas".

Trato hecho

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