Milán Fashion Week. Viernes pasado. ¿Ágatha Ruiz de la Prada crea un díptico seductor que habla de las diferencias que, como luces y sombras, llevamos en nuestro interior? ¿O, acaso, la diseñadora ha decidido dar un guiño glam a la "noche financiera" que de pronto sacude the capitalist jungle, propiendo una estética patchwork?
No, Ágata jamás se permitiría el más mínimo sarcasmo sobre sus mandantes (por eso no es Coco Chanel), se trata de uno de los héroes de Blojeans, Sacha Baron-Cohen, que -caracterizado como Bruno, periodista gay de la moda- se subió a la pasarela para horror (y delicia) de los presentes.
Al igual que en el resto de su carrera, construída sobre la base de mostrar cómo la estupidez, la hipocrecía y la maldad florecen al menor estímulo entre todos nosotros (Borat diría ¿Por qué preocuparse? ¡Disfrutémoslo!), Bruno hace del ridículo un arte mostrando que, lejos de la pasión, en el mundo del arte de vestir reina la apatía y la vaciedad (¿y qué queríamos? ¿temple de carácter y brillo oscarwildeano en gente que se alimenta con un yoghurt, un vaso de champagne barato y tres líneas de cocaína por jornada desde hace 10 años?).
Bueno. Obviamente a Sacha/Bruno se lo llevaron preso (con la cabeza tapada y gran despliegue policíaco) sin reconocerlo. Cosas que ocurren en ese lugar tan provinciano, el norte de Italia, donde ya es natural que los jugadores de fútbol se reconozcan pública y orgullosamente como fascistas y dónde últimamente nada que no sea perseguir y molestar a cualquier niño rumano que se divise y hacer proclamas exaltadas en iglesias con espadas medievales en alto, parece interesarles.
The monkeywalk
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