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"Tatúame mi sombra". ¿Habrá escuchado alguna vez un empleado de un local de tatuajes esta orden? Porque la sombra, como una mascota juguetona, sólo se queda quieta -pese a nuestros reclamos- cuando nosotros y nuestro planeta lo estamos. Chicas de liviandad cuasi transparente en el mundo de los despiertos, apenas en los comics y en los sueños, las sombras se apozan, se acurrucan, claramente expresivas. Estoy seguro que fue un juguetón/a, en rebeldía contra la vigilia, quien le fijó la sombra al cartel de esta esquina cerca de casa. Nada más adecuado: las bolsas de basura, el plátano oriental y la tinta de la sombra que chorrea el poema de Borges de aquella placa sobre la pared. Y la sombra, para recordarnos a ese derrochador de bordes, gradaciones y sutilezas: lo real
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