Florencia Gutman retrata una de estas esculturas vacías con las que la publicidad y la "educación" rediseñaron el sentido del espacio público y la diversión en el siglo XX. Tarzán como un WASP (White Anglosaxon Parlant), un Robinson Crusoe abandonado de niño, que crece para convertirse en la ilustración más potente del buen (y puritano) salvaje.
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