domingo, julio 18, 2010

En la ficción, allí –al fondo de ese larguísmo pasillo en la calle Moreno– vivía (y vive) un ingeniero chino que no quería viajar en el tiempo, pero sí cambiar el pasado. En la realidad, aquel fue el no poco mitológico loft de Eduardo Arrosi. Antes las había oficiado de carpintería semi industrial. Los cambios de piel que le impuso Edu lo convirtieron en un espacio lleno de referencias a muchos mundos, tan próximos algunos como inaccesibles otros. Pero, patiperreos de fotógrafo, él se fue a otro hemisferio y aquel lugar quedó como una cámara de recuerdos enterrados. Ahora, años y años en el futuro, se convertirá en un gimnasio. Sin embargo, en la persistencia retiniana de la vida, de pronto, en la última visita antes de la desaparición, el brillo pulsar de una estrella olvidada que estuvo allí casi siempre (traída desde París): una reproducción de uno de los trabajos más poderosos y sabios de Monet. Estallido moderado por la entropía, pero aún señal y vida que, suele ocurrir, sólo ahora llega a destino y adquiere sentido.

Guiño del pasado vivo

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