Hubo tiempos, no demasiado lejanos, en que los animales eran seres cercanos a los dioses. Compartían con ellos el estar fuera del tiempo. O ser una más de las máscaras de la divinidad. La caza misma era una competencia en que la derrota era menos deshonrosa que el hambre posterior, si la lucha había sido justa. La familia o el clan tenían un animal totémico. Sin duda la aparición en nuestros sueños de bestias benéficas o maléficas es un resto de aquella manera de estar en el mundo. Hoy, sin embargo, cuando la cercana extinción de seres tan poderosos y otrora temidos como las ballenas, leviatanes de las profundidades, está a merced de que una o dos hembras de tal o cual especie no choquen (por año) con nuestros barcos de acero, o no terminen de hundirse (y ahogarse) tras años de arrastrar sedales y redes de pesca que no se deterioran ni se pudren; los animales se han convertido en productos a consumir o íconos de culpa a preservar. Bansky se burla -en las instalaciones del video- de la mirada que los medios construyen de lo animal: producto o espectáculo. El Twetty, Piolín, ancianito da para la carcajada y el espanto.
Twetty cumple 100 años
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