Stanislavski dijo que los últimos noventa segundos son los más importantes de una obra. La sabiduría popular de Hollywood lo expresa de la siguiente manera: da un giro en los últimos dos minutos y vivirás muy bien. Da otro giro en los últimos diez segundos y podrás comprarte una casa en Bel Air.
Esto es hacer cine a la antigua: el niño privado de amor se vuelve amable, se descubre que el pretendiente hasta ahora sospechoso es 'bueno' y se queda con la chica, y el trovador errante resulta ser rey.
Quien ha sido capaz de engañar al espectador astuto debería tener una casa en Bel Air, o lo que le dicte el corazón. ¿Acaso no lo merece? Sin lugar a dudas. Porque el cine no está para hacernos mejores, sino para despertarnos una emoción o un escalofrío un miércoles por la noche cuando salimos con nuestra chica.
Si el tiburón induce a exclamar 'ooh', se ha ganado nuestro puñado de dólares. Si el cineasta se nos induce a exclamar "ooh" ante un plano del agua sin más, dénle su avión privado.
"Existen tres grados de dicha -nos indicó Rudyard Kipling-, a los pies del tronó de Alá y el lugar más bajo es de aquel que ha salvado un alma con una broma".
Cito el chiste de Una Eva y dos Adanes como una buena manera de abandonar el escenario como a uno le gustaría:
Jack Lemmon (vestido de mujer): "Soy un hombre"
Joe E. Brown: "Bueno, nadie es perfecto".
David Mamet en Conclusión: No se ha acabado hasta que se haya acabado.
(Video, Oktapodi HQ, trabajo colectivo de la escuela de Les Gobelins. Dos minutos de acción implacable con tres segundos finales...de película).
Amores pulposos
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