Quizás tenía en mente unos viñedos franceses -castillos reales included- que había visitado o el viñedo de Montmarte (arriba, el único que queda dentro de la ciudad de París), que a él le parecía lo más normal del mundo), e imaginar un Monte Cuasi Fuji ornado del dorado del otoño encantaba a su imaginación de alguien criado en un lugar donde las estufas, aun hoy, se encienden no pocas veces en verano.
Cuando alguien que uno quiere desaparece, lo que se pierde es un futuro entero de presencias (o hasta ausencias "vivas", si una pelea o un corte llegan a ocurrir): de una forma cruel nos hacemos más pobres tanto certezas como sorpresas. ¿Otra vez ese comentario ladino sobre la pronunciación del francés por parte de los habitantes del quartier Marais? ¿La irrepitibilidad de las Galerias Lafayette? ¿La anécdota de la caída en la pileta, quizás con uno de los trajes Christian Lacroix? ¿Las carcajadas sobre el lavado del "arroz a la japonesa" con sabor a nada (hecho en su honor y en el de Blojeans por chica de feliz recuerdo)?
Como globos pegados al techo, olvidados por los amiguitos que ya se fueron de tú cumpleaños, quedan las anécdotas, las burlas, los asombros, las risotadas, las conspiraciones, los relatos, las confesiones, y Blojeans se queda pensando que ojalá no lo hubieran venido a buscar tan temprano, hace un año, para llevárselo de esta fiesta tan extraña, pero imperdible, que es la vida.
Para mi Germán (o) preferido en París
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