Hay artistas que nos conmueven con un par de obras y ya está. Tal vez sean -para ellos- hasta cosas menores dentro de su producción, pero uno se las agradece. Como le agradece a ese fletero de verduras, aquel camionero con apenas una hendija en su carga de cebollas o al ingeniero en minas que nos llevó esa vez en tal o cual viaje a dedo, y nos proporcionó una experiencia única que sigue reverberando en nuestra memoria, mucho después que ellos la han olvidado. A Blojeans le ocurrió eso con estas fantásticas milanesas de
Pablo Suárez en la expo que ya cerró en La Recoleta (Buenos Aires).
Ahí están, ya empezando a freírse. O a borde de caer en la sartén. Luchando. Contra su naturaleza más íntima. Porque ¿en qué se convertiría una milanesa que fugase exitosamente del destino para el cual la prefabricaron?
Y no sólo las milanesas, en tanto vivas, pueden mutar. También les ocurrió a algunos de los que contemplaban las obras de Suárez. Sonrisas, angustia, extrañeza, algo de miedo, sorpresa. Todos efectos de esa muestra de la vida concentrada y, a la vez, con las riendas algo sueltas, que nos coloca en el regazo el trabajo del arte.
Dosis de la única droga que te libera
En la misma línea, con un humor menos solemne: http://eatliver.com/i.php?n=3128
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