Dicen algunos sabios que aprender a hablar es el tobogán con el cual nos sacan del paraíso y nos regalan -indispensable- la posibilidad de un Yo. Luego, por si eso fuera poco, hay que aprender a escribir. O sea abandonar el puro placer de que todos los dibujos sigan siendo eso, danza, rastro, embrujo lineal o comanchero (que bueno era poder gritar, mascullar, ruidar mientras se dibujaba). Nos sacan sí o sí de La Mancha y, nuevo trueque, nos sanchopanzan, nos sanchogunchean con las gastronomías de historias que podremos leer. Nos civil izan. Pero el salvajito que todos llevamos dentro se queda con tinta en el ojo y el otro día,
caminando por Palermo, despierta y se aviene a susurrar -con mímica, aclaro- a Blojeans que estaría bueno volver, por un rato (o por un blog, que es lo mismo) volver a convertir las letras en dibujos, en ropa que no va a ser usada, que se puede rebolear por los aires, hacer máscaras o, simplemente, oler.
Alfazeto
3 Comentarios:
y yo pasando horas leyendo un arbol!
La única tenida por cierta y no cuestionada por nadie fue su famoso envenenamiento con pan hecho con harina infectada por el hongo del cornezuelo de centeno, intoxicación que la había hecho alucinar que las altas tipas de su residencia en la calle Guatemala, entre Serrano y Thames, hablaban. ¿De qué? “De los caños subterráneos. A los árboles les interesa el clima, el agua y una especie de matemática que tienen ellos. Es como una geometría, aunque sin ángulos. Una cosa que les permite comunicarse cosas útiles. Pero útiles para ellos ¿eh? Deberías ir aprendiendo desde ahora que las personas son los seres más tontos de la creación: son los únicos que se interesan por las cosas inútiles”.
-¿Y qué te decían los árboles, abúm?
-Te voy a contar un secreto, pero no tienes que decírselo a nadie.
-…
-A nadie. Repetí: a nadie.
-A nadie.
-Pues bien: les asustan las cosas metálicas. Sufren mucho. Una caja de clavos tirada sobre la vereda, a menos de un metro, es como una pesadilla. Y si les entierras uno, les da mucho, pero mucho susto. Tardan años en recuperarse. Por eso siento tanta pena cuando esos desgraciados les fijan los carteles de los colectivos.
suelen susurarme cosas, mas de noche cuando las cosas se apagan, y solo quedan los perros, el tren a lo lejos y ellos.
tintinean por los vientos, que los incitan a contarse todo lo que paso por sus ramas el dia del que viven
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