Pero,
...ambas opciones son falsas. Para Blojeans, más allá de la participación colectiva de artistas y no artistas amigos de Leopoldo en el armado (lo cual determinó de manera clara el efecto kermesse), tales aportes son nada más que ofrendas (admirativas, egoístas, generosas o bellas) lanzadas sobre el mar: hacen que la superficie tenga un relieve distinto, pero apenas si ocultan parcialmente las corrientes que pulsan debajo.
¿Y cuáles serían esas? Si de algo no carece el mar es de tres cosas: sensibilidad, profundidad y ambición. A todas las costas llega. A todas besa, marca y llaga. No hay día en que no se disfrute. A diferencia de la atmósfera, no le es esencial la luz. El tiempo toma otras formas dentro de él.
Con este ambiente de Leopoldo pasa algo parecido. Entremezclado con cierto desorden feliz de fiesta, con una negativa enfática a considerar a los objetos como sujetos potenciales y también negando su esencia utilitaria (en este sentido logra una cosa notable con ellos: no encerrarlos con el truco del animismo, la idolatría o el desprecio), produce un estado de cosas "marítimo", fluído.
Y es sólo en tal "fluído" que Leopoldo se permite emocionar (nos y se).
Por que si de algo se trata esta obra es de emociones. De esos nudos que dan forma a la cuerda de nuestra cordura y a los lazos ciegos de nuestra locura. En su alabanza del puro ser. En su reluctancia en afirmar nada -nada que no sea humor- sobre las realidades que integran "la realidad". En su declaración de afecto por el mundo. En la ausencia total de la presencia de la muerte (o de su importancia), emerge la certeza esperanzada de que el estado de gracia sea el pegamento que una todos los chispazos del existir.
wow!entusiasma tu reseña
ResponderBorrarvoy a ir a mojar los pies a comprobar si moja el mar